domingo, 7 de junio de 2009

Changing the oil while driving the car (by Emil Kraepelin)

Leía hace unos días la editorial del Psychiatric Services (Mayo 2009) Changing the Oil While Driving the Car - Cambiando el aceite con el coche en marcha - y me acordé de un reciente caso clínico en el que un paciente con un claro diagnóstico dual (eje I y eje II del DSM-IV-TR y en el eje I, un trastorno por consumo de sustancias; para entendernos: un toxicómano) fue, literalmente, echado de la UIB por el psiquiatra que lo trataba; quien además se puso en contacto con su psiquiatra de la USM para contarle que lo había echado, por psicópata, etc., soltando la diatriba habitual que se suele usar con estos pacientes. 

Y recordé la editorial porque se menciona que menos del 40% de los pacientes con diagnóstico dual reciben el tratamiento adecuado, y ya no te cuento si se trata de tratamiento basado en pruebas. 

Este ejemplo, que podría ser trivial, cifra lo que no funciona en la actualidad en la psiquiatría de la isla: me refiero a aquellas actitudes en las que, con dos güevos, se echa a quien caiga mal, así, por los cojones, prescindiendo de las pruebas científicas y siendo incapaces de ver más allá del modelo manicomial, en dónde se formaron (¿deformaron?) una generación de psiquiatras canarios que, obviamente, han sido incapaces de salir del manicomio.

¿Cómo tenía que haber sido el abordaje terapéutico de un paciente con los siguientes diagnósticos: Dependencia severa a las benzodiacepinas, rasgos antisociales de personalidad, disforia prominente con probable episodio depresivo moderado; además, sorprendentemente (o quizá no tanto, y si no, vean aquí en donde no solo es por via nasal sino además por via parenteral), con dependencia a la quetiapina?. 

No se les escapa que la respuesta no es simple, el manejo fue deplorable - como ya mencioné - y parte de la responsabilidad la tuvo el psiquiatra de la USM, por no haber participado en el tratamiento del paciente a su ingreso. Aunque, lamentablemente, ése (el no poder participar en su tratamiento) es uno de los problemas que tiene la hermetización del tratamiento en la UIB, por mucha coordinación superficial que se haga entre las USM y la UIB - mientras la mentalidad sea la del manicomio, con algunas excepciones honrosas, el resto seguirá igual. 

Dentro de unos días se presentará en la sesión general del HUGCDN los hallazgos de un estudio que se hizo, hace relativamente poco, acerca del estigma por parte de los "profesionales sanitarios" (sin eufemismos: los médicos del hospital). Está claro que una porción fundamental de la responsabilidad la tienen aquellos encargados de que no se percibiera a la UIB como extraña al hospital: al contrario, siguen las puertas cerradas en la UIB y además, se ponen puertas de metal, a lo Buchenwald; siguen los pijamas mortecinos y todos iguales, a lo Gulag; siguen las contenciones mecánicas por la noche, en pacientes con ideación suicida porque ¡no hay personal suficiente para vigilar y asistir a estos pacientes! En suma, contribuimos, al menos parcialmente, a ser artífices de la discriminación que después reprochamos en los otros.


Lo anterior puede ser interpretado como lamento histérico de aquel o aquella que no se compromete con la mejora de los servicios y quizá lo sea, pero no por ello, dejará la situación actual de ser ingrata para la generación de psiquiatras en formación que viene detrás.

En la imagen, la portada del Psychiatric Services con la editorial mencionada (Mayo 09).

3 comentarios:

  1. Ese es el típico caso del "psicopatón", "sinvergüenza" o "malencarado". Así es como llaman a este tipo de pacientes alguno que me conozco yo... Si ya se va con esta disposición simplemente al denominarlos es fácil imaginar cual es la disposición a tratarlos... nula y con prejuicios, muchos prejuicios, quizá demasiados para lo que se espera de un profesional.
    Pero quisiera comentar que no solo pasa con este tipo de pacientes, también pasa con las "histericonas", los "marrones" y los "bobos o cortos", deficientes o incluso otros a veces sin este diagnóstico.
    En general y como siempre, muchas muchas cosas quedan por mejorar y está claro que hasta que los propios profesionales de salud mental no cambien sus prejuicios y propios estigmas poco se puede hacer por erradicar el que se pueda dar en el resto del hospital.

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  2. Es un problema serio. Por supuesto, la terminología usada para denominar a este tipo de pacientes es deplorable, algo para aprender a evitar y erradicar de na vez por todas. Me aseguran que en otros lugares, terminologías como "bobo" "metecato" "psicopatón" "maricón de toda la vida" "histericona" y el largo etc. que engrosa la lista del libro de psicopatología de los cambios de guardia en nuestra UIB, se verían realmente mal. Dejndo esto al margen, y teniéndolo claro, la pregunta es, por qué los psiquiatrasno hemo desligado de una forma tan radical de los problemas de adicción? Por qué desde que un paciente da positivo a los tóxicos o manifiesta un problema de tipo adictivo ya pensamos que "no es nuestro"? Lo "mamamos" en nestras rotaciones en la UIB, o es que sntimos un rechazo por ese tipo de pacientes? Quizá todos debiéramos replantearnos nuestra actitud, porque el ser victimista, aprovechado en ocasiones incluso, forma parte del perfil de un toxicómano. La cuestión es, por qué no le consideramos patología psiquiátrica? Lo es o no lo es? Y la pregunta el millón...Si tuviéramos consulta priada y acudiera un señor con una patología adictiva, le diríamos que eso no es para el psiquiatra o lo asumiríamos y lo ayudaríamos? Ahí queda eso...

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  3. Sigmund Freud dijo: y que decir de la histeria que presentan todos los familiares de los pacientes , si Freud levantara la cabeza.

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